En el cuarto de siglo que lleva sobre
el escenario, Alejandro Sanz ha pisado el infierno en varias ocasiones,
desde el intento de extorsión que le obligó a hacer pública la
existencia de su hijo Alexander, fruto de una relación extramatrimonial
cuando estaba con Jaydy Michel, hasta el día en el que decidió que
dejaba la música por la pintura, retiró las guitarras y equipos de
sonido, instaló un sistema de ganchos y cuerdas y se dedicó a estamparse
contra un lienzo. Logró vender una colección entera de cuadros antes de
retomar la guitarra en el año 2003. De cada bache emocional, el artista
ha renacido una y otra vez con ánimo renovado, tratando de mantener el
equilibrio entre la mirada inocente de un peterpan perpetuo y el hombre
de 46 años cabal y padre de familia numerosa (Manuela, Alexander, Dylan y
la pequeña Alma). «Tengo crisis de fe cada diez minutos, pero sigo
pensando que tiene que existir algo superior; un lado de mi cabeza me
dice que no, pero los dos lados del corazón me dicen que sí». Entre
idas, venidas y retiros para sanar el alma, el cantante publicó esta
semana su décimo disco de estudio, Sirope, un trabajo al que ha dedicado
año y medio y que presentó en el Museo Reina Sofía de Madrid. La
pinacoteca, ironías del destino para este pintor de ida y
vuelta, reservó un espacio con paredes y techo color «fresa ácida» donde
alumbrar la salida del disco.
Un trabajo compuesto por trece canciones en las que
Sanz ensambla su sonido pop, con pinceladas de rock, punk y el aire
flamenco que conserva desde sus inicios. «Sirope es almíbar y es jarabe,
te endulza y te cura, pero sobre todo es el grito de guerra de James
Brown», explicó Sanz. La referencia al cantante de Carolina del Sur se
plasma en el disco en La guarida del calor, un tema nacido en una nave
industrial en Miami donde se juntan artistas como Juanes, Maná o Lenny
Kravitz para hacer sesiones de jam session y dar rienda suelta a la
improvisación. La parte dulce se encuentra detrás de Capitán Tapón, un
tema que le dedica a su hijo Dylan y que incluye fragmentos de voz del
niño. «Con 30 años adorará la canción, pero con 14 la odiará, así que lo
he involucrado para que no pueda quejarse», bromeó el cantante.
Directo al número 1 su nuevo trabajo debuta con seis
de los temas situados en el top ten de iTunes, nada que sorprenda a
estas alturas para uno de los artistas latinos más influyentes a nivel
internacional, con más de 23 millones de discos vendidos y el cantante
español con mayor número de premios Grammy. Incluso la edición de
vinilos que salió a la venta está agotada en Internet. Ninguna de estas
cifras ha logrado sin embargo inmunizar a un cantante que lleva más de
dos décadas siendo número uno. «Nunca te acostumbras. Cada vez que
termino un disco doy las gracias. Es un momento muy emotivo, pero al
mismo tiempo soy consciente de que no todo el monte es orégano, que hay
que trabajarlo». Menos aún lo ha inmunizado ante los resbalones.
«Triunfar y fracasar, al final se llama vivir, pero fracaso suena
demasiado grande, hay fracasos en el mundo que son de calibre
importante, lo demás son pequeños tropezones». Verborrea emocional. Para
pergeñar Sirope, Sanz se encerró ocho meses en el estudio y comenzó a
grabar notas de voz con el móvil. Registró de forma compulsiva voces,
melodías, diseños de batería, líneas de bajo y guitarras hasta que se
topó con 40 canciones. No es la primera vez que le pasa, con uno de los
discos más vendidos de la historia Más, alumbró 30 temas que redujo a
diez en el disco final. «No es una verborrea emocional, es el susto que
te da pensar que no te va a salir nada y la necesidad de demostrarte que
todavía puedes escribir; lo haces con tantas ganas que te desbordas»,
señaló Sanz.
Quizá ahí resida la clave que explique que el
cantante y compositor haya superado con éxito cada revolución que ha ido
viviendo la industria musical, llámese Internet, piratería, nuevas
modas o redes sociales. «Al principio cuesta un poco adaptarse a lo que
no se está acostumbrado, como la tendencia de las ventas en Internet,
que son distintas a lo que uno tenía concebido, las nuevas formas de
consumir música o las redes sociales en las que unos cuantos pagamos la
novatada... pero aprendes a usarlo y ya está. La clave es pensar que ya
no es futuro, sino presente absoluto, está ahí con nosotros y convive».
Hace tiempo que Alejandro Sanz aprendió que sale más rentable callar que
hablar demasiado, porque las declaraciones se multiplican, cobran vida
fuera del contexto y regresan con efecto bumerán. Aprendió la lección en
los tiempos en los que criticó abiertamente la dictadura cubana o al
difunto presidente venezolano Hugo Chávez, lo que le valió el veto en el
país sudamericano. Durante un tiempo, decíamos, escogió el silencio,
pero diríase que al cantante, como a Larra, le duele España. Vive a
caballo entre Miami, donde se mudó hace más de una década, y su finca
cacereña de Jarandilla de la Vera, pero sigue de cerca la actualidad
española, los efectos de la crisis, los desmanes de la corrupción y el
nuevo panorama político que se dibuja, aunque evita pronunciarse
mientras espera la llegada de un Obama a la española que le anime a
plantar la sombrilla en una esquina del cuadrilátero. «Ahora hay más
partidos y está bien, porque hace pensar a los de siempre y les hace
sentir que la impunidad y el crédito que se les da a los políticos no es
para siempre», defendió Sanz.
10 de mayo de 2015, para La voz de Galicia.
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